viernes, 19 de agosto de 2016

CÓMO EMPEZÓ TODO...

Siendo capellán de un colegio de Escolapias encontré una práctica interesantísima llevada adelante por San José de Calazans, la de la “oración continua”. Adaptada a nuestros tiempos, en lo concreto se llevaba cada quince días a cada curso al oratorio para tener un rato de oración. Si el grupo era demasiado grande, se lo dividía. Cuando tomé el espacio, comencé a hacer lo que sabía: oración al estilo de San Ignacio.
Adaptándolo a las edades de entre 6 a 12 años, compartimos contemplaciones del evangelio durante años. Después pude hacerlo en una escuela en un barrio humilde, y después en el Colegio Inmaculada de Santa Fe.
En Inmaculada comenzamos a finales del 2009 y fuimos convocando a papás y mamás de los chicos con quienes armamos un nutrido grupo de misioneros de la oración ignaciana que hoy supera la treintena. Ellos fueron compartiendo con los chicos la oración guiada por un jesuita, y cuando se sintieron seguros –cada uno al ritmo personal–, fueron tomando la posta de guiar las oraciones. Hoy ya contamos con un grupo consolidado que cubre todos los cursos de primaria.
En el tercer año del nivel secundario, los estudiantes mismos comienzan a guiar la oración a sus compañeros. Habiendo practicado durante años la oración desde la primaria, se han convertido en expertos, y ayudándose de una guía escrita se muestran completamente naturalizados con el método ignaciano y pueden conducir la oración introduciendo sus propios comentarios y dinámicas para hacer participar a los compañeros, motivar al silencio, a la contemplación, rescatan lo que ellos comparten, iluminan el sentido general, guían el examen de la oración.
Queremos compartir esta experiencia, porque estamos convencidos que la oración ignaciana es el humus de todo el trabajo apostólico del colegio. Es lo más imperceptible, pero lo que prepara una disposición buena para la recepción de la Buena Noticia y una respuesta vital auténtica para la construcción del Reino.
Queremos animar a practicarla. Lleva esfuerzo de organización institucional, de aprendizaje, de recursos en cuanto a que es necesario un espacio y personas que se carguen el proyecto a sus espaldas, pero vale la pena porque los frutos son enormes. Es necesario contar con todo el apoyo del Consejo Directivo para insertar en la trama escolar esta actividad. Ella tiene la fecundidad de hacer crecer muchas competencias que desbordan lo meramente espiritual religioso.
Es posible soñar con que en lo hondo de nuestros alumnos fermente la levadura de la vida de Dios, porque se les ha proporcionado un espacio sostenido para que beban en el río de vida. Sólo desde aquí pueden dar una respuesta personal a su Criador y Señor. Sólo desde esa experiencia personal de Dios pueden transparentar actitudes auténticas que transformen la realidad en espacios del Reino, manifestado en los criterios, actitudes, gestos, calidad en las relaciones basadas en el amor, la justicia, la paz, la alegría profunda.
Si consideramos que nuestros estudiantes y la comunidad pide sostenidamente, durante años al Señor, conocerlo internamente para más amarlo y para más seguirlo ¿no escuchará el Señor, sobre todo a las almas puras de los niños y jóvenes? ¿no dará la gracia? Esta petición ignaciana es poner en el curriculum la pobreza de lo que no podemos alcanzar con las propias fuerzas sino que es una gracia que sólo Dios puede dar.




Some years ago, when I was working at a School of Escolapias, I came across a very interesting practice carried out by Saint Joseph Calasanz – “continual prayer”. Concretely, this practice – adapted to present times –  consisted in taking groups of students to the chapel once every fortnight to pray for a little while. When the group was too large, it was split into two. When I joined that community, I did what I knew best: Ignatian prayer.
We shared meditation and contemplative practices on  Gospel episodes adapted to meet  the needs of students between 6 and 12 years old. Later on, I did the same at a school from humble origins and, finally, at Inmaculada School from Santa FeArgentina.
We launched this initiative at Inmaculada School in 2009; and since then, we have gathered a large group of parents who collaborate, called “missionaries of Ignatian Prayer”. Today there are over thirty “missionaries”. At first, the prayer was led by a Jesuit, and parents were present but did not participate. Little by little, as they grew more confident, they  started leading the prayer. Today, we have consolidated a group of parents who work with all the grades in primary school, and we have also incorporated high school. 
In their third year of high school, the students start leading the prayer. After having practiced the Ignatian method since primary school, they have become experts; and, with the help of a written guide, they can lead the prayer very well and even introduce their own remarks and dynamics to foster their classmates’ participation, silence and contemplation; to identify the essential points in the ideas they share, facilitate insight and  reflect on their experience of prayer. 
We want to share this experience with you because we truly believe that it is the “humus”, the driving force for the apostolic work carried out at school. It may be imperceptible, but it makes us more ready and willing to welcome the “Good News” and to build the kingdom of God.
We truly encourage you to adopt this fruitful practice, which develops skills beyond the religious and spiritual aspects. It may require a big organizational effort and resources (to find the place, the time and the people) but it is really worth the effort. You  must also count on the support of the school authorities to insert this activity in the school calendar.
It is our dream that the yeast of God may ferment deep inside our students’ hearts; because through the continual practice of the Ignatian prayer, they have been given the chance to drink from the river of life. It is solely based on this ground that they can give a personal answer to their Creator and Lord; it is solely based on this personal experience of God that they can make a difference and transform reality through actions and bonds based on love, justice, peace and true joy so as to ensure that thy kingdom come.

Don’t you think that our Lord will surely hear the prayer of these pure souls, who for so many years have asked Him to know Him more clearly, to love Him more deeply and to follow Him more nearly? Don’t you think that He will grant them this favor? In the Ignatian petition we acknowledge that we are poor, that there are things we cannot achieve by ourselves but by the grace of God only.
                                                                                                                         Leonardo Nardín SJ